miércoles, 13 de agosto de 2008

Buenos y caóticos Aires

Hay a mi espalda una ciudad gigante, un ciudad ruidosa construida en los últimos cuatro siglos, una ciudad que condensa esfuerzos de muchos, deseos de miles y el alma de millones. Una ciudad que nunca duerme, que no pega un ojo, gente que va y viene apurada, desbocada y anónima, gente que te mira mucho, gente que no toma conciencia de la otra gente a su alrededor... Hay muchos muchos autos, carros de gente que busca subsistir entre los papeles de otra gente que saca su bolsita al mismo horario todos los días... hay bicicletas, motos, peatones, sillas de ruedas, colectivos, patinetas, trenes, subtes bajo tierra, autos muchos muchos, se mezclan, se apretujan, se revuelven entre todos; un tránsito que intenta ordenarse, que personajes flacos y largos con luces de tres colores intentan controlar, algunos seguirán al pie de la letra sus consignas, otros rebeldes o atolondrados harán lo que quieran... Las veredas algunas rotas, desvencijadas, sorpresas que ciudadanos caninos dejaron y que amos humanos no se encargaron de juntar, veredas testigos de la ciudad y la rutina que por ellas sucede... gente mayor abrigada, emponchada, con paso lento y una tercera pierna q les ayuda a caminar, gente joven apurada, envuelta en papeles y libros, siempre llegan tarde, o así parece ...

Tiene murallas esta ciudad, murallas que albergan a todos, por que esta gente vive en las alturas, cuanto mas alta la muralla "mejor" cuanto mas espejada "mejor" cuanto mas apretados "mejor", esa parece ser la consigna de esta ciudad... Hay partes de ella que ,supongo, le huyen a tanto alboroto entonces se pierden en el tango, la nostalgia y los recuerdos, se rodean de bohemia, antigüedades y artesanías, de rubios curiosos q hablan otros idiomas y tienen (estos barrios) un ritmo mas lento (o eso pretenden hacer ver) y una hermosura desbordante, aunque también un poco extraña...

En las ferias de las plazas, las cuales hay varias varias, se mezclan las comidas con la ropa, los collares y piedras con la música, los tejidos con los olores, los niños con los viejos, los jóvenes entre ellos...

Las conferías en casi todas las esquinas, gente sentada en todo horario y café humeante constantemente; las hay al paso, para un rato y otras que dan ganas de quedarse a vivir, todas tienen ese no-se-qué que tienen justamente los cafetines, son un laberinto de encuentros y conversaciones, la gente, ésta de la que hablamos, habla sin parar, lee el diario en solitario, interactúa con una pantalla portátil o mira pasar la gente por la ventana, nada mejor que una mesa con buena vista de la ciudad...